Otra de Piratas... en Puertos Chilenos. Parte 2.


¡¡ Llegó charqui a Coquimbo !!, así terminamos la primera parte de nuestro encuentro con piratas y ya muchos correos piden que siga con estas historias. Hoy va "una de piratas".
Bartolomé Sharp ni supo que su apellido, los coquimbanos lo pronunciaban "Charp" y de ahí, el olvido del nombre, derivó en Chaque y después en Charqui.



LOS CORSARIOS HOLANDESES.

A la ya trágica situación de la guerra de Arauco, vino a sumarse la presencia de los corsarios holandeses. Desde 1578 había comenzado a llegar un nuevo enemigo a las costas del Pacífico, con la intención de disputar a los españoles el dominio del mar, y arrebatarles su imperio sobre América, continente de donde extraían las fabulosas riquezas que empleaban en su guerra contra los Países Bajos.

Profundas causas políticas y religiosas distanciaban a ambas naciones. Mientras España se transformaba en la defensora de la Iglesia Romana, en Inglaterra y Holanda se proscribía el catolicismo. Los gobiernos de estos países comenzaron a apoyar las empresas corsarias, que no sólo les proporcionaban excelentes beneficios, pues eran sus socios comerciales, sino contribuían además a mermar el poderío naval de España.

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Un rico comerciante de Rotterdam, llamado Pedro Verhagen, organizó en compañía de otros mercaderes, una gran expedición corsaria destinada a cruzar el Estrecho de Magallanes, con cinco naves cargadas de mercaderías de gran valor que pensaban comerciar en las costas e islas asiáticas y, de paso, atacar las posesiones españolas en el Pacífico.

Las naves se hicieron a la vela desde un pequeño puerto situado a cuatro leguas de Rotterdam, el 27 de junio de 1598, con una tripulación de quinientos cuarenta y siete hombres, parte holandeses, y parte franceses e ingleses. En su gran mayoría aventureros, basura de puertos, fueron reclutados con engaño, diciéndoles que iban al Cabo de Nueva Esperanza.

Tras varias aventuras lograron llegar al Estrecho y comenzar su travesía. A juzgar por las declaraciones de los prisioneros que más adelante hicieron los españoles, su recorrido fue un conjunto de calamidades espantosas.

Después de haber entrado al Estrecho el 6 de abril de 1599, los fuertes vientos del norte les impidieron salir al Pacífico y se vieron obligados a recalar en una bahía del interior.

El jefe de la expedición, Jacobo Mahu, falleció durante el viaje y fue reemplazado en el mando por Simón de Cordes, otro rico comerciante holandés que había contribuido con buena parte de su fortuna a armar las naves. Tras terribles padecimientos, en que debieron soportar el rigor del invierno, empezó a apretarles el hambre y se vieron obligados a alimentarse de almejas crudas, muchas veces disputadas con los patagones.

El escorbuto y el frío comenzaron a diezmar la tripulación, en tal forma que murieron cerca de doscientos marineros.
La rada en que se protegieron fue bautizada como Bahía de Cordes y una mañana, la del 23 de agosto, zarparon aprovechando una momentánea calma y lograron recalar en otra ensenada de la playa sur.

Esa noche. Simón de Cordes, cuyo odio a los españoles no se extinguía por los terribles padecimientos que habían debido soportar, fundó en extraña ceremonia una orden de caballería, especie de hermandad pirata, llamada El León No Encadenado, cuyos miembros juraron odio eterno a España y ofrecieron el sacrificio de su piopia vida, si fuese necesario, para hacer triunfar las armas de Holanda sobre el odiado opresor de los Países Bajos. Después del juramento, bautizaron aquel lugar con el nombre de Bahía de Los Caballeros.

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Intentaron nuevamente salir del Estrecho, pero un temporal deshizo la escuadrilla y dispersó las naves en distintas direcciones. Habían convenido que, en caso de separarse, debían reunirse en la isla de Santa María, conocido apeadero de todos los piratas y corsarios del Pacífico.

Uno de los barcos, llamado "La Fidelidad", al mando del hermano del comandante de la expedición, el joven Baltasar de Cardes, consiguió llegar hasta el puerto de Carelmapu y tomar contacto con los indios que allí habitaban. Luego de conseguir gran cantidad de víveres frescos para su tripulación casi moribunda, logró su concurso para atacar la plaza española en Chiloé, la ciudad de Castro.

Los indios chilotes, permanentemente acuciados por los araucanos, que les trataban de cobardes por no rebelarse contra el invasor español, vieron en él a un poderoso aliado y se concertaron para caer sobre la ciudad. Baltasar de Cordes se valió de toda clase de engaños y astucias para hacerse dueño de la ciudad, luego de pasar a cuchillo a todos los hombres que en ella vivían. Posteriormente, fue atacado por el coronel Francisco del Campo, que corrió en auxilio de la guarnición, y se vio obligado a levar anclas rápidamente y huir hacia el norte.

Otra de las naves, "La Caridad", comandada por Gerald van Beuningen, arribó a la isla Mocha. El capitán y veintisiete hombres bajaron a tierra, con la intención de traer víveres frescos, pero los mapuches, que no veían en ellos a aliados contra el conquistador español, sino a otro invasor más, les mataron a todos.

Días después, la nave capitana de Simón de Cordes tocó la Punta Lavapié, en plena bahía de Arauco, y su llegada fue recibida con muestras de alegría por los araucanos. El corsario holandés aceptó la invitación de bajar a tierra con algunos de sus hombres para ser agasajados. Los astutos indios les ofrecieron una gran comilona, abundantemente regada con la excelente chicha que bebían en los cráneos de sus enemigos españoles de más renombre.

Cuando les tuvieron suficientemente borrachos y descuidados, les degollaron a todos. Loa soberbios dueños del territorio de Arauco no querían extranjeros en su tierra, fuesen españoles, ingleses u holandeses.

Después de esta carnicería, el hijo del comandante, llamado igual que su padre, Simón de Cordes, recaló en la isla de Santa María al mando de "La Esperanza", y dos días más tarde arribó "La Caridad", que aún no se resarcía de su aventura en La Mocha. El joven corsario tomó contacto con los españoles y, con la intención de conseguir provisiones y tender una trampa al gobernador Quiñones, le ofreció su concurso para luchar contra los araucanos que acababan de matarle cincuenta hombres.

Sin embargo, al darse cuenta de que Quiñones no había caído en el lazo, hizo que sus tripulantes se abastecieran de lo que pudieran recoger de la isla, y levaron anclas rumbo al Japón, donde llegó sólo "La Esperanza", pues "La Caridad" se hundió en el mar, víctima de un fuerte temporal.


"La Fe", cuarta nave de la expedición que era comandada por el capitán Sebald de Weert, fue la que tuvo más dificultades para salir del Estrecho, por lo que el marino decidió regresar a Holanda y terminó siendo la más feliz de la flota. Pero tiempo más tarde, Sebald de Weert, que había escapado milagrosamente de las calamidades de esta expedición, partió en 1602 para la India Oriental donde tuvo un terrible final, pues "fue pérfidamente asesinado por orden del Rey de Ceilán".

El último barco de la escuadrilla, el filibote "Ciervo Volante", tuvo que sufrir el embate de las tempestades y los fuertes vientos del norte. Después de seis semanas, en que los tripulantes anduvieron barloventeando de una a otra parte, lograron llegar al grado 64, donde divisaron "una tierra alta, con montañas cubiertas de nieve como el país de Noruega".

Pero cumpliendo las órdenes de Simón de Córeles, continuaron hacia el norte, siguiendo en la carta de marcar la ruta que había tomado, años antes, Sir Tomás Cavendish, pero por estar "mal graduada y señalada", llegaron a las costas de Valparaíso. Cuando se hallaban buscando el puerto frente a las costas de Quintero, murió su capitán Diego Geraldo, y le sucedió en el mando su hermano Rodrigo.
El filibote se acercaba a la costa en pésimas condiciones. De los cincuenta y seis hombres con que había partido de Holanda, sólo restaban veintitrés. Los otros treinta y tres habían perecido en la travesía. Sin más alimentos que "cinco quintales de bizcochos e un cuarto de pipa de arroz", sólo deseaban entregarse a los españoles, negociando su rendición.

Pero fueron recibidos en el puerto por el capitán Jerónimo de Molina, que había sido avisado de la presencia de barcos corsarios desde Concepción, y sabía las tropelías cometidas en Chiloé. Por esta razón, les recibió con las armas en la mano. Esperó emboscado entre los árboles de la bahía y, cuando los del barco echaron un bote al agua para acercarse a tierra, les agarró a arcabuzazos y les aprisionó.
Por un momento, Rodrigo Geralclo pensó oponer resistencia y hacerse nuevamente a la mar, pero eran tan terribles las condiciones en que se hallaba que no habría llegado lejos, por lo que optó por rendirse y entregar su nave a los españoles.

Este fue el fin de la aventura corsaria holandesa, a excepción de las correrías de Baltasar de Cordes que, por la perfidia que demostró y el daño que causó a los españoles en Chiloé, merece un capítulo aparte.

Ya seguimos con estas historias de Piratas...

Fotografias: 1) Piratas saquean una ciudad, incendian la iglesia y parte del pueblo. Mientras escapan con el botín. Grabado de Théodore de Bry 1594 (Bibliotèque Royale de Belgique). 2) Cuando el holandés Sebald de Weert y sus hombres remaban hacia una isla del Estrecho de Magallanes, fueron vigilados por siete barcos con gigantes desnudos de piel rojizo-castaño y pelo largo. Los holandeses dieron muerte a tres de aquellos gigantes y se alejaron del lugar. 3) Visita de la flota holandesa de Joris van Spilbergen a la isla Mocha, en abril de 1615. Imágenes del Blog: Fabulogía.

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